EL CORDERO
INMOLADO
El Fuego es el Agnus
Dei, el Cordero Inmolado desde el principio del mundo para nuestro bien.
Si golpeamos una
piedra con otra vemos saltar el fuego.
Éste se halla
latente en todo lo que es, en todo lo que ha sido y en todo lo que será.
Es el CHRESTOS
CÓSMICO, el “GRAN SACRIFICADO”.
Asi pues,
debemos nosotros reflexionar profundamente...
Ahora bien, de
nada nos serviría el “bautismo por los muertos”, si nosotros no resucitáramos.
Entonces
estaríamos completamente perdidos; vanos serían nuestros esfuerzos, vanos
nuestros trabajos.
Sin embargo para
bien de la gran causa, nosotros podemos y debemos resucitar.
Es claro que lo
“corruptible” no puede hacerse “incorruptible” (así está escrito), que lo
“mortal” no puede hacerse “inmortal”; pero si lo “corruptible” se reviste de lo
“incorruptible”, y si lo “mortal” se reviste de lo “inmortal”, entonces se
verifica una metamorfosis dentro de nosotros mismos y podemos lograr la resurrección.
El pacto del
bautismo, el “bautismo por los muertos”, tiene un propósito, que es la resurrección
de los muertos.
Es claro que
para poder lograr esa resurrección, se necesita –ante todo– cumplir con el
pacto del bautismo.
Por eso es que
tanto el padre como la madre de la criatura que se ha bautizado, contraen un
deber para consigo mismos y para con la Gran Causa, cual es el enseñarle a la
criatura la Senda del Filo de la Navaja, a fin de que más tarde pueda
transmutar el agua pura de vida en el vino de luz del alquimista.
Desde el
amanecer de la vida (en su forma humana) sobre la tierra, cometimos el error de
haber caído en la “generación animal”.
En otros
tiempos, el acto sexual era considerado como un sacramento y solo se realizaba
dentro de los templos de misterios; en el Continente Mu, o Lemuria, hace unos
18 millones de años; nadie osaba, en aquélla edad, realizar la unión sexual
fuera del templo; entonces no existía la pasión animal.
Pero cuando el
sexo se fue convirtiendo en un vicio, cuando nació el deseo, cuando movidos por
los impulsos luciféricos, los seres humanos empezaron a copular fuera de los
templos, el resultado fue el nacimiento en nosotros de la “libido sexual”.
Esa libido
infectó completamente los cinco cilindros de la máquina orgánica, y es claro
que vinieron disfunciones en esos centros que antes no existían.
Cuando la libido
infectó el centro intelectual, ubicado en el cerebro propiamente dicho, el
resultado fue que nacieran diversas formas mentales morbosas (producto de la
misma morbosidad), y que aún se robaran o quedaran, dijéramos, involucradas –en
esas formas– algunas fracciones de conciencia; entonces se constituyeron tales
formas en “yoes” de tipo mental, intelectual.
Cuando la libido
tocó el centro emocional ubicado en el plexo solar, sistema nervioso gran
simpático, corazón, etc., se alteró tal centro y la resultante fue el
surgimiento de determinados “yoes” de tipo emocional, brutal, infrasexual,
libidinoso.
Cuando la libido
(esa “libido” de la cual nos hablara el Patriarca de nuestra Iglesia Gnóstica,
San Agustín) tocara el centro motor, ubicado en la parte superior de la espina
dorsal, la resultante fue que hubiera una disfunción inarmónica en tal centro,
que originara, por secuencia o corolario inevitable, toda una serie de “yoes”
subjetivos, personificando hábitos, dando origen a costumbres, a maneras de
acción más o menos arrítmicas, en plena desarmonía o arritmia con el cosmos infinito.
Cuando la libido
afectó el centro instintivo, ubicado en la parte inferior de la espina dorsal,
la resultante fue que los instintos se pusieran todos al servicio de la misma,
viniendo el envilecimiento completo de las criaturas humanas, y el
resurgimiento, en su psiquis, de millares de “yoes” subconscientes, sumergidos,
inhumanos.
El centro sexual
por si mismo, tiene el mayor poder que puede liberar al hombre y también el
peor poder que puede esclavizar al hombre.
El centro sexual
es un centro de gravitación alrededor del cual gira la humanidad entera; todo
lo que es, todo lo que ha sido, todo lo que será...
Si la fuerza
sexual desviada, convertida en libido, originó todos esos “yoes” que en su
conjunto constituyen el mí mismo, el si mismo; esa misma fuerza erótica,
debidamente transmutada y sabiamente utilizada, puede desintegrar todos los elementos
inhumanos, el ego que cargamos dentro, y liberar la esencia.
Asi pues
hermanos, el bautismo es un pacto de magia sexual, simboliza la
transubstanciación.
Necesitamos
convertir el agua en vino, como lo hizo Jeshuá Ben Pandirá en las bodas de
caná, o de chanaam.
EL “HIJO DEL HOMBRE”, ANTES VIVÍA EN NOSOTROS.
Recordad,
hermanos, que el ave fénix ha sido testigo del curso de las edades.
Ella vio a las
almas doradas de la Edad de Oro, transformarse en almas de plata, de cobre y de
hierro, y sin embargo permanece la misma.
El ave fénix,
coronada siempre con una corona de oro, con sus ojos que parecen estrellas,
mirando el espacio infinito inalterable, con su vestidura toda de púrpura
divina, y su pecho azul, y su larga cola verde, donde se reflejan las estrellas
del inalterable infinito, y sus patas de oro, y sus uñas de color rojo, muere y
vive.
Cuando ella
quiere renovarse a si misma, hace una especie de túmulo, y en él pone el aloe,
y la mirra, y el incienso, ramas de toda especie sagrada, y se incinera.
La naturaleza se
llena toda de un indecible terror, más al fin un día resucita de entre sus
propias cenizas, más fuerte, más poderosa que antes, para alegrar el infinito.
Sí, hermanos: esa
ave fénix pare un pequeño “fenixito”, y si el ave fénix muere para resurgir de
sus propias cenizas, su pequeño “fenixito” hace lo mismo...
Quiero que
entendáis la alegoría: esa ave fénix es El Tercer Logos, nuestro logoi
particular, individual; sacratísimo Espíritu Santo.
Es el Señor, es
el Rey de la Alquimia, el Hiram Abiff de la Masonería oculta, que ahora está
muerto, pero debe nacer en cada uno de nosotros, debe resucitar en cada uno de
nosotros.
En cuanto al pequeño
fenixito, es el HIJO DEL HOMBRE, el Tiphereth de la Kábala hebraica, que
necesita venir al mundo para trabajar en la Gran Obra del Padre.
El Bautismo
Gnóstico tiene por objeto preparar el advenimiento del Hijo del Hombre.
Si cumplimos con
ese pacto de magia sexual, si encendemos el fuego sagrado, podrá un día venir
en nosotros el Hijo del Hombre.
Él nacerá en el
“ESTABLO DE BEL”, es decir, en nuestro Templo de Fuego interior (entre
paréntesis, recordad hermanos que la aldea de Belén, en tiempos de Jesús de
Nazareth, Jeshuá Ben Pandirá, aún no había sido fundada; “Belén” viene de la
palabra “Bel”, que es “TORRE DEL FUEGO”).
Cada uno de nosotros
necesita, mediante el fuego, convertirse en Templo del Altísimo, y eso es
posible cumpliendo con el Sacramento del Bautismo.
Cuando el Hijo
del Hombre viene, nace como todo niño: débil, inocente, puro.
En principio, ni
siquiera su presencia se nota, pero a través del tiempo el niño va creciendo,
se va desarrollando a medida que va sometiendo todas las cosas al Padre, a
aquél que lo envió.
Él debe someter
el Reino interior al Padre; él debe ELIMINAR, con la ayuda de su Divina Madre,
a los “animales del establo”, que han ensuciado tanto el lugar santo.
Conforme trabaja
en la Gran Obra, se desarrolla, desenvuelve y manifiesta.
Escrito está que
después del Bautismo, inicia su misión.
Los Sacerdotes
le rechazan; los Fariseos no lo quieren, porque es un revolucionario, ciento
por ciento; los Escribas, o sea, los intelectuales de la época, se burlan de él,
no lo aceptan; los Fariseos lo odian, todos quisieran matarle; nunca falta un
Herodes que le busque.
Pero al fin,
hermanos, él va creciendo.
Sin embargo, ha
de vivir el Drama Cósmico, ha de convertirse en el personaje central del Drama;
ha de orar en el Monte de los Olivos y decir: “Padre mío, pasa de mí este
cáliz, pero no se haga mi voluntad sino la tuya”.
Ha de ser
crucificado, ha de morir con muerte de cruz.
Cuando digo
“muerte”, debéis entenderme; el Hijo del Hombre debe ser muerto, pues todos los
“elementos inhumanos”, en él deben morir.
Recordad que la
cruz está compuesta por dos “vástagos”: uno horizontal, que es masculino; otro
vertical, que es femenino.
En la unión de
ambos, se halla la clave de todo poder.
Encima de la
cruz está el “INRI”: Ignis Natura Renovatur Integram (el Fuego renueva
incesantemente la Naturaleza).
samael aun weor